Pumori mendiko istripuaren ondorioak.
Pumorin gertatu zen istripua, berriro ekarri digu gogora egin berria den “Mendiaren alaba” dokumentalak. Istripu honetan Beñat Arruerekin batera beste lau gazte zendu ziren lur jauzi baten ondorioz, zoritxarrez mendiaren atzaparrak horrelako istripuak eragiten ditu.
Urte batzuk igaro dira istripu hau gertatu zela, 17 adibidez, baina oraindik mendi zaleak ez daukate ahaztuta istripu hura.
Benantxio Irureta, mendizale aditua ere berauekin zen espedizio horretan, bera sano eta salbu etorri zen etxera, baina urte batzuk geroago istripu baten ondorioz bera zendu zen Aneto mendian.
Geroztik, biak gogoratzeko omenaldiak ere jaso dituzte eta orain dokumental honek erakusten ditu espedizio horrek ekarri dituen ondorioak.
Urte asko igaro dira, baina ariak jarraitu egin du. Errekuperatu zen argazki batean Beñat azaltzen zen neska batekin mendian, eta gurasoak bertara hurbildu ziren neskato hau ezagutu nahian. Aurkitu eta ezagutu zuten, baina bere osasuna ez zen hain egokia eta Aizarnara ekarri zuten osasun egoera hobetzeko.
Geroztik guraso hauei elkarrizketa asko egin dizkiote, baina nik Aizarnan egindako bat aukeratzen dut hemen argitaratzeko, gertaera honen ondorioak berauek azaltzen dituzte egokien eta nik ezin utzi Aizarnara begira dagoen Wepgune honetan jaso gabe.
Idatzia Gara egunkariak argitaratutakoa da.
Jon Egiguren
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Quizá fue la primera foto de Suku. Quizá la última de Beñat. Muestra a una niña nepalí de tres años y un chaval vasco de veintidós en una aldea del Himalaya en 2001, ignorantes del trato que les tenía reservado el destino. Beñat murió allí y Suku ha renacido gracias a aquella foto y a una demostración de amor que bien merece ser contada.
GOTZON ARANBURU
La pregunta es: ¿Cómo reaccionas cuando una montaña se cobra la vida de tu hijo? Con un dolor inmenso, desgarrador, eso seguro, pero… ¿con odio además hacia aquella cumbre del Himalaya que lo atrajo como un imán y lo sepultó bajo su nieve? Sería entendible. Tampoco resultaría extraño que los padres que han vivido una tragedia tan absoluta no quisieran oír hablar nunca más de Nepal ni de los sherpas que habitan sus laderas. Y sin embargo, existe la posibilidad de todo lo contrario, la de responder al daño infligido por el Pumori con amor y entrega hacia alguien que nació a sus pies, hacia la persona que aparece con tu hijo en la última fotografía de su vida. Hacia Suku, la niña de ojos negros y cuerpo martirizado.
Esta historia comienza en 2001, cuando siete alpinistas guipuzcoanos del valle del Urola y tres navarros de Sakana se propusieron organizar una expedición para ascender a la cumbre del Pumori, un sietemil del Himalaya nepalí. A excepción del azpeitiarra Benantxio Irureta, un hombre con larga trayectoria y con experiencia en ochomiles, ninguno superaba los 27 años de edad y para ellos escalar el Pumori iba a ser su bautismo de fuego himalayístico. Se trataba de Iñaki Aiertza, Javi Arkauz, Beñat Arrue, Aritz Artieda, Jesus Mari Errazu, César Nieto, Jon Odriozola, Xabier Osinalde y Xabier Ostolaza. En setiembre de aquel año, el grupo de deportistas vascos aterrizó en el aeródromo de Lukla y, cargado de mochilas y de ilusiones, emprendió el camino.
Aquella expedición al Pumori. Todo iba perfecto en la marcha de aproximación. El tiempo acompañaba y las cumbres del Himalaya se dejaban ver brillantes en la lejanía, menor a cada paso. Solo un contratiempo: en un momento dado, los montañeros se dieron cuenta de que habían olvidado una bolsa con material en el aeropuerto, por lo que Irureta y Odriozola desandaron el camino.
El resto de la expedición se tomó el día para descansar o para visitar algún pueblo de la zona de Namche Bazar, la localidad a la que habían llegado. De nuevo todos juntos, reemprendieron la marcha y finalmente llegaron al pie del Pumori, de 7.161 metros de altitud.
El 17 de octubre Aiertza, Arkauz, Arrue, Artieda y Nieto formaron la cordada de ataque, que se había decidido por sorteo, pues los diez no podían subir juntos. Se hallaban en plena ascensión de la cara sureste cuando una avalancha de nieve barrió la ladera entre los 6.300 y los 6.500 metros y se llevó por delante a los cinco jóvenes vascos. Pagaban así un brutal tributo por haber intentado cumplir su sueño. Al día siguiente, el helicóptero solo pudo confirmar las dimensiones del alud y divisar algunos objetos de los alpinistas, que contaban entre 22 y 27 años de edad. Apareció la cámara de fotos de Iñaki Aiertza, cargada con un carrete que, al ser revelado, mostró las últimas imágenes de la expedición; en una de ellas aparecía un sonriente Beñat Arrue junto a una niña de unos tres años que sostenía los bastones de montaña del joven, más largos que ella misma.
El año siguiente de la tragedia, los cinco supervivientes y varios familiares de los fallecidos volvieron al escenario del accidente, para recordar y rendirles homenaje. Llevaban consigo la fotografía de Beñat y la niña. Aquí la historia empieza a asemejarse a la tan conocida de la fotografía de una niña afgana tomada por el fotógrafo de “National Geographic” Steve McCurry en 1984 y que impresionó a sus miles de lectores, por la fuerza que mostraba la mirada de la niña, refugiada en la frontera con Pakistán. McCurry volvió 17 años más tarde a la zona donde había hecho la fotografía, y logró encontrar a la niña –ya una mujer, pero machacada por las penalidades de una vida muy dura– en una aldea perdida de los montes de Tora Bora. Su nombre era Sharbat Gula y su rostro, ajado, volvió a las páginas de la célebre revista.
A la búsqueda de la niña de la fotografía. Volvamos al Pumori. Los padres de Beñat Arrue, Arantxa Gurrutxaga y Pello Arrue, querían encontrar a la niña que había sostenido su hijo en la foto tomada en vísperas de su desaparición, pero aquella no iba a ser tarea sencilla. Los jóvenes alpinistas habían realizado una larga marcha de aproximación, en la que habían atravesado muchas aldeas del valle de Khumbu y saludado, a su vez, a decenas de niños que salían curiosos al camino. Sin embargo, se daba una circunstancia que iba a facilitar las cosas: Benantxio había estado muy cerca de Beñat durante toda la marcha y no recordaba haber sido testigo de la escena recogida en la diapositiva. La deducción lógica era que la foto se había tomado aquel día que Irureta y Odriozola habían tenido que volver al aeródromo de Lukla.
Tras realizar el trekking previsto, que les llevó al campo base del Pumori y del cercano Kala Patthar, Arantxa, Pello, Benantxio y el resto del grupo se detuvo a descansar en Namche Bazar. Benantxio creía saber dónde podría haberse tomado la fotografía de Beñat y la niña, y no se equivocaba. Tan pronto la mostraron en una aldea cercana, Thamo, oyeron un nombre: «¡Suku, Suku!». Quienes la habían reconocido les llevaron hasta unos niños que acudían a la escuela y estos reaccionaron igual, pronunciando alborozados el mismo nombre: Suku. Ya no había duda. Los niños les llevaron hasta un humilde casa y de allí salió, asombrada, la protagonista de nuestra historia, una niña de pelo y ojos negros, atemorizada ante aquella inesperada visita que no comprendía. Le regalaron la foto, lápices y cuadernos para la escuela, y caramelos. Cuando se despidieron, en el rostro de Suku Maya ya se adivinaba una sonrisa.
A partir de entonces, los padres del malogrado Beñat comenzaron a viajar periódicamente a Nepal, aproximadamente cada tres años, y en cada ocasión visitaban a la niña, quien los recibía con más confianza cada vez, hasta formarse un lazo muy estrecho entre las dos familias. Suku tiene dos hermanos, menores que ella, Bishnu y Balla, que comparten con sus padres la citada casa, en condiciones de habitabilidad muy precarias. En sus visitas, Arantxa y Pello acompañaban a los tres hermanos a la escuela de Thame y luego a Namche Bazar, donde se daban un banquete de pasta, arroz y pizza, para volver luego a pie a su aldea de la montaña, donde la alimentación cotidiana era mucho más frugal.
La enfermedad y una decisión. En su visita del año pasado, Pello y Arantxa se toparon con que lo que era una vida dura y llena de privaciones, pero similar a la de miles de niños en Nepal, se había torcido radicalmente para Suku desde la última vez que la vieron. Enferma, inmóvil en su camastro, con la respiración fatigada, abandonada a su suerte en un rincón oscuro de la casa de la montaña de la que no había salido en semanas, apenas pudo contestar cuando le preguntaron cómo se encontraba. No hacía falta, pues era evidente que su estado de salud era grave. Había que llevarla al médico, a Lukla, pero eso implicaba un viaje de varios días a lomos de un caballo o llevada por porteadores. Descartado. La otra opción era contratar un helicóptero, que pedía 2.000 dolares por el traslado, y llevarla al hospital de Katmandú. Y eso es lo que eligieron los visitantes vascos.
Tras completar el trekking como tenían previsto, Pello y Arantxa acudieron al hospital de Katmandú para recibir noticias del estado de Suku. Los médicos les informaron de que había sufrido una neumonía, de la que se recuperaba bien, pero habían detectado un problema más grave: uno de los riñones de la niña –ya una adolescente– no funcionaba y el otro también se encontraba dañado. Suku sufría fuertes dolores y en el hospital le administraban calmantes, pero no tenían medios para afrontar el problema nefrítico. El matrimonio de Aizarna volvió a Euskal Herria muy preocupado, no sin antes haber abonado la factura de los medicamentos ya administrados a la muchacha y los que iba a necesitar en las semanas posteriores, en las que efectivamente recayó y sufrió nuevas infecciones.
Se da la circunstancia de que en Katmandú vive un legazpiarra, Mikel Leizeaga, casado con una nepalí y propietario de la agencia de trekkings que habitualmente contrataba el grupo de vascos con el que viajaban Pello y Arantxa. A petición de estos, se responsabilizó de hacer el seguimiento de Suku, comprar las medicinas que iba necesitando e ir informando a los aizarnatarras de la evolución del estado de la niña. Y el informe apenas variaba: en el hospital combatían los dolores pero la enfermedad nefrítica seguía tal cual. El pasado enero, el matrimonio de Aizarna planteó a los padres de la joven la posibilidad de traer a la joven a Euskal Herria para que recibiera tratamiento médico y así se acordó. Empezaba un calvario de trámites administrativos, pero finalmente Suku –que ahora cuenta veinte años– recibió el visado requerido y a finales de junio, acompañada por Mikel y su mujer, aterrizaba en Euskal Herria.
Tan pronto como se confirmó que la joven vendría a Aizarna, su aita y ama vascos, como les llama, pidieron cita en Osakidetza. Pero todo se aceleró, pues apenas llevaba tres días en su nuevo hogar cuando una tarde empezó a sufrir fuertes dolores, a los que en pocos minutos se añadieron escalofríos y temblores intensos; rápidamente la montaron en el coche y la trasladaron al Hospital de Donostia, donde ingresó en grave estado. Pocas horas más tarde, a las dos de la madrugada, los médicos plantearon claramente la situación: Suku sufría una infección generalizada en los riñones y tenía que ser operada de urgencia. Inmediatamente.
«Era una situación delicada para nosotros –cuenta Arantxa en la sala de su casa de Aizarna, lindante con la plaza del pueblo–, porque teníamos que decidir en minutos acerca de una persona sobre la que no tenemos potestad. Preguntamos a los médicos si teníamos tiempo para llamar la mañana siguiente a Nepal, a Mikel Lizeaga, y contactar con la familia de Suku, pero la respuesta fue terminante: ‘No, mañana es tarde’». La nefrostomía se hizo aquella misma noche y Suku despertó con un cateter conectado a su cuerpo. También para orinar necesitaría una sonda.
Tres días más tarde, los dolores volvieron a atacar el menudo cuerpo de la muchacha. Sufría reflujo de la orina, desde hacía años, lo que había terminado por dañar definitivamente sus riñones. Nueva nefrostomía y un segundo cateter.
Poco a poco, en la medida en que la infección remitía y su organismo se iba limpiando, Suku empezó a mejorar. Pero aún le iba a tocar sufrir. En uno de sus maltrechos riñones surgió un hematoma, con lo que volvió el dolor insoportable. Ingresada en Reanimación, donde los médicos intentaron combatir el hematoma con antibióticos, la situación no mejoró, porque finalmente tuvieron que introducir una aguja larga y fina en el cuerpo de Suku hasta llegar al hematoma y eliminarlo, no sin la consiguiente pérdida de sangre. Ya en la UCI, hubo que practicarle una hemodiálisis.
A la sombra del árbol. A estas alturas y como es comprensible, Suku se encontraba física y sicológicamente muy débil. Alimentada por vía intravenosa, apenas respondía a las palabras de ánimo del personal sanitario y de su familia adoptiva. Pero volvió a pelear, y para ello fue fundamental la ayuda de un chico nepalí, Dinesh, que trabaja en Donostia y con el que contactó la familia para que hiciera de traductor. Poco a poco la convencieron de que debía comer, aun sin ganas, y la muchacha empezó a tomar los alimentos que le preparaba amorosamente Arantza en su cocina de Aizarna. En total, desde que llegó a finales de junio, la muchacha ha pasado cincuenta días ingresada.
«Esto quiero que lo publiques, sin falta: el trato en el Hospital Donostia ha sido exquisito, extraordinario, en todos los departamentos, sea Urología, Nefrología, Reanimación, UCI... tanto a nivel profesional como humano. Es que no tengo palabras», indica Arantxa, mientras Suku la escucha atentamente y entiende parte de lo que dice, como indican sus sonrisas. Ya se defiende en euskara y cuando no le viene a la boca alguna palabra tira del inglés: es el caso cuando hojeamos el album de fotos y apuntando con el dedo va señalando: «Hau da Benantxio, hau nire aita, hau nire brother Balla».
En este momento, Suku Maya se encuentra en situación de pre diálisis. Sigue un tratamiento y acude a consulta cada tres semanas. Posteriormente, una vez iniciada la diálisis, entraría en la lista de candidatos al trasplante. En todo caso, un proceso prolongado y que requerirá alargar su estancia entre nosotros. Ella se encuentra cada vez más integrada en Aizarna, donde estas dos últimas semanas se ha convertido en objeto de atención y cariño por parte de niños y mayores. Mientras ataca un plato de huevos fritos, muestra orgullosa en el móvil el vídeo de su reciente fiesta de cumpleaños, donde apaga las velas rodeada de la chiquillería del pueblo.
Ni que decir tiene que Pello y Arantxa se desviven por cuidarla, igual que otros familiares, como su «tíos» Joxemari y Ana. Hacen las compras en Azpeitia o en Zumaia, pasan el día en Donostia, conocen otros pueblos de la costa… Suku se comunica casi todos los días con Nepal y cuenta a su padre cómo le va entre nosotros. La familia es de religión hinduista y de ahí que ella luzca en la frente el característico lunar rojo de las mujeres, el bindi, el de la mirada interior. Es la hora de las fotos. Suku posa en el jardín de la casa, donde crece el árbol de Beñat, un hermoso arce llamado así por haber sido plantado en recuerdo del hijo desaparecido en el Pumori. Lo rodean una higuera, manzanos y mazos de flores moradas, hoy mojadas por el sirimiri. La mirada de Suku es intensa y su sonrisa fácil, de alegría por estar superando en este entorno privilegiado sus problemas de salud y, sobre todo, por sentirse querida y cuidada como una hija.
La primera semana del próximo mes de octubre Suku comenzará a estudiar euskara en AEK de Zumaia, dos horas cada día. Donostia le gusta «asko, asko» y Joxemari le toma el pelo con que encontrará novio en la capital, entre las protestas –más bien risotadas– de Suku quien, a pesar de que dice que quiere teñirse el cabello de rubio, prefiere un boyfriend nepalí. Sabe que algún día volverá a las faldas del Pumori y sabe también que Pello, Arantxa, Joxemari… la seguirán visitando y que oirá de nuevo de sus labios: «Gaur zer moduz, neska?».
Gara egunkariak argitaratua